En esta mecedora puedo recordar, cuando las personas aun se mataban por pan, mis ojos cansados ven las flores de un jardín que fue el valle de los Ángeles de la muerte, aun recuerdo que mi cadera era fuerte y el cuerpo de mi mujer fértil como la tierra al momento de ser pisada por el primer hombre.
Ya las palabras carecen de sentido en los libros sobre conducta, no es castigo sino producto de los hombres, no es destino sino causa de si mismo.
Una florecilla tiene cobijo en la carcasa de un televisor, y los niños juegan a através del mar de su imaginación en un auto sin ruedas, dos siluetas expresan su amor recostados en un tronco en una calida tarde sin pasado.
La pluma no ha salido de su tintero y el ordenador empolvado es una reliquia que revive por un instante los espíritus de los recuerdos fragmentados aun cuando el barro estaba húmedo.
El tronco donde escribí mi nombre creció y su huella se perdió, ahora esta repleto de mangos y llantas como columpios colgadas de cordones, que sirvieron una vez para comunicar cosas que algunos interesaba que supieras antes de que te bebiera una taza de café. Sus hojas caen en mi discreto portal donde me mezo. Hojas que una vez observe en el microscopio, células con cloroplastos y pigmento fotosintético, un núcleo celular con genes alterados para dar frutas mas grandes que alimentaban la ambición y los bolsillos de personas sin identidad, prohibiendo la libertad de la vida.
El agua de lluvia tan exquisita fue en mi cuerpo, sentí que la madre tierra me hacia el amor. Otros se casaron con ella y la preñaron con isótopos que hacían abortar a sus verdes hijas, la llenaron con las lágrimas de la guerra táctica y el calor nucleónico, les cegó su profunda mirada azul omnipresente. Un gran parasito compuesto de personas sin libertad, mutilaba a la parte sana, su látigo fue el salario y su cadena el horario y al final del día, lloraban, no podían cumplir el hogar soñado para sus hijos. La muerte ya no era una opción, fue la vía.
Jiru
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